LOS PEQUEÑOS REVOLUCIONARIOS

Cuando hablamos o escuchamos sobre la revolución mexicana, pensamos siempre en los caudillos, que son emblemas o íconos de valor y heroísmo.
Sin embargo, no tenemos en cuenta que la revolución fue una guerra, un movimiento armado en el que mucha gente murió y su vida cambió para siempre.
Se tienen datos de que la revolución mexicana cobró más de un millón de muertos. En su inicio en el año de 1910, México tenía 15 millones de habitantes, de los cuáles 6 millones 375 mil eran menores de 14 años; es decir, los niños en esa época constituían el 40 por ciento de la población y como sucede en todo conflicto armado, ellos fueron los principales afectados.

Algunos historiadores se han dado a la tarea de rescatar el papel de los niños en la lucha armada, sin embargo se dice poco al respecto por lo difícil que es pensar en la situación de las criaturas, ya que la muerte es una tragedia que afectó la vida cotidiana, y sobre todo, la experiencia de vida de los niños.
Cientos de infantes quedaron huérfanos por el conflicto armado, muchas familias se hundieron en la pobreza y fue difícil sobrevivir durante la revolución. El destino de los niños fue variado y desventurado ya que unos fueron llevados a instituciones de beneficencia, otros fueron abandonados en las calles, otros se incorporaron al trabajo en fábricas y talleres y otros, se fueron a la lucha armada.

Los niños de las clases populares, estuvieron en los frentes y en la lucha con los demás. Los pequeños protagonistas de la revolución, cuidaron los caballos de las fuerzas, limpiaron armamento, fueron mensajeros, vigilantes, proveedores de carga, explosivo y metralla, fueron ayudantes o sirvientes.
Se cuenta que se fueron de casa sin poder llevar nada, ni un recuerdo, solo lo que en ese momento llevaban puesto, pasaron por calles oscuras revueltas y dañadas, donde no había ni una antorcha debido a los disparos, sintieron miedo, lloraban y se aferraban a quien estuviera a su lado o a sus padres al escuchar bombazos y presenciaron balaceras, ejecuciones, fusilamientos y muerte por doquier.
En diciembre de 1914 Francisco Villa y Emiliano Zapata se toman una foto en Palacio Nacional, detrás de ellos se asoman tímidamente los rostros de algunos niños de los que los libros de historia nunca hablaron.

Pero no serían los únicos infantes que aparecieran en las imágenes tomadas por Agustín Víctor Casasola y otros fotógrafos anónimos durante el conflicto armado mexicano más feroz del siglo XX, decenas de pequeños aparecen en fotos que le tomaron a Venustiano Carranza, Gustavo A. Madero, al Centauro del Norte o el mismo Zapata; los niños fueron partícipes directos de esta guerra, sólo que la historia no les ha puesto suficiente atención. En las zonas rurales fue normal, para miles de campesinos que se unieron a los campamentos nómadas de la Revolución, llevar a la familia consigo y replicar la organización familiar que tenían en donde los niños jugaban un papel determinado.

A los varones se les dotó de fusiles y carrilleras que les venían demasiado grandes y pesadas, mientras que las niñas ayudaban a sus madres a hacer alimentos para los combatientes. Como es de suponerse, el destino de la mayoría de los niños que participaban directamente en combate era morir en la línea de fuego, pero sobre todo fallecían por infecciones y enfermedades producto de habitar en vagones insalubres y la falta de atención y cuidados.

Sobre la pérdida de vidas de infantes durante la Revolución Mexicana no hay cifras, ni tampoco de aquellos que terminaron desamparados en las calles o bajo la tutela de hospicios luego de haber perdido a ambos padres.
Los hijos de la revolución, fueron hijos de México, los hijos de nadie y los hijos de todos, niños que sufrieron un sin fin de hechos que como cualquier niño en el mundo y en una zona de guerra; no debieron vivir.

Fotografía hacia el año de 1913.
Investigación: Marco Antonio Olguín Sánchez.
