MicroGuerra

En el fondo de la nevera, junto a una manzana mordida, detrás de las sobras de comida china y muy cerca de la rebanada de pizza olvidada; en un paquete de queso crema semi abierto, la guerra continuaba sin tregua ni futuro.
Era natural que el tiempo los empujara al conflicto.
Sobrevivir y reproducirse son instintos necesarios que rodean a la existencia. Todos corremos de la inevitable muerte poniendo la mayor distancia posible, y quien controle este espacio en blanco, asegurará la supervivencia de su especie.
Esa era la razón.
Aunque todos huyamos, si tarde o temprano los caminos se cruzan, los deseos e instintos colisionarán en la delgada línea de la extinción.
Solo somos ínfimas partículas de la inmensa realidad.
Partículas que olvidan el origen.
El principio.
La vida comenzó con una pequeña nube Azulada que pronto se consolidó como una fuerte y próspera colonia. No era de extrañarse, esta era la tierra prometida, un edén poco común en el incidental caos del todo.
En otra lejana esquina, una delgada línea Ocre crecía y se enroscaba, como una serpiente hambrienta que, ignorante de cualquier otra existencia que no fuera la suya, daba por hecho que su soledad era una verdad absoluta.
El primer punto Naranja apareció casi al mismo tiempo, latente de vida; indiferente a lo que sea que existiese en el blanco horizonte.
Y pasaron varios días hasta que las pequeñas colonias fueron imperios microscópicos, que en su fervor y anhelo, no pensaban en el final.
Pero el destino, ciego e insensible, esperaba ansioso la encrucijada de sus caminos y el proceder de la muerte.
El choque fue violento.
Esporas esparcidas en nubes flotaban al derrumbarse las hifas, células mucoides implosionan contra el Ocre y el Azul en un recurso kamikaze; después de cientos de batallas los cadáveres inertes flotaban en ríos citoplásmicos que el micelio convierte en alimento. No había banderas ni himnos, no existían héroes o campeones, solo guerra y destrucción en un ciclo sin fin.
El primero en ceder fue el Azul, que arrinconado en su esquina sobrevivía cada embate del Ocre con menos fuerza.
El Naranja vacilante, se acercaba al desahuciado imperio que, al borde del fin, pensaba en coexistir. El Ocre, seguro de su victoria, reptaba amenazante empujándolo por la borda, expandiendo su textura de cerebro a las orillas del todo.
El espacio era suficiente para los tres colores, pero eso no importaba.
No era el único duelo a muerte.
En la oscuridad y en silencio, en la pizza abandonada y en las sobras de comida china, guerras microscópicas desintegran la materia.
Más abajo, un tomate perdía terreno contra una mancha oscura y tóxica.
La manzana, con el corazón expuesto, se pudría velozmente.
La leche estaba cortada y agria.
Pero eso no importaba.
Nada de esto importaba.
Afuera de la nevera, el joven que vivía en el apartamento 11B de Axarquía, se había suicidado sin que nadie notara su ausencia.
Al parecer, tampoco importaba.
